Nuestra formación como ciudadanos permitió visualizar al mundo como un gran escenario donde los actores son personajes reales e imaginarios. Presentes y ausentes. En solitario y en forma grupal. Asistidos y sin asistencia. Aceptados y rechazados. De todas formas y colores. Con el sólo lenguaje de la vida. Permitiendo así comprender que cada escena representa un ágora para el intercambio de expresiones que bien puede ser abierta o cerrada.
Al incorporar las herramientas generosas de las tecnologías de información y comunicación en ellas, se produce un encantamiento concebido como aulas virtuales. Donde las velocidades de los procesos intervinientes requieren del manejo de competencias muy específicas e interrelacionadas, haciendo del entorno un conjunto de voluntades multifacéticas en términos de la exposición a factores de una gama tan amplia como diversa.
Hablamos de una cosmovisión intelectual posibilitadora de una ciudadanía inteligente capaz de interpretar un posicionamiento en términos de una realidad específica desde donde sea emitida. Para nosotros, en consecuencia, ese espacio virtual rompe moldes de manera tan irruptiva como para dejar atrás la concepción de aula y asumir el de entorno o ámbito. Destacando al entorno virtual como sustento soñador para el entendimiento y la compresión entre los hombres.